La descriogenización navideña de ese formato televisivo basado en un repetitivo concierto de Raphael (como antes ocurrió con parecido formato dedicado a la desaparecida Rocío Jurado), junto a las (ya también cansinas) estrellas invitadas a surrealistas duetos con el divo y su inasequible al desaliento repetición, supone uno de los más inexplicables y bizarros fenómenos catódicos de nuestro país.
La comparecencia anual del histriónico cantante en la Nochebuena del Ente público, amén de ofrecer una imagen del país y su vida musical y cultural detenida en el tiempo (parecería que estamos en unas eternas navidades alcantarianas, clónicas desde treinta años atrás), supone un peñazo insoportable, un soberano tostón del que habría que pedir explicaciones y responsabilidades a aquellos que gestionan el interés público, a los gestores de una televisión pública tan ayuna de genio innovador como deudora eterna y sierva obediente de extraños (y oscuros, por no explicados) ligámenes con determinados santones de la escena artística española, en activo pese a su ajada y enmhecida figura.
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